Pará, dame un segundo. Sí, en el medio de la calle, no importa. Detenete por un instante y escuchame: mirá el paisaje… la calle como se pierde en el infinito con su permeable techo de árboles. Las luces de las casas a oscuras, tan distantes y precisamente juntas que marcan el rumbo a los borrachos que chocan contra ellas y los árboles para seguir su errante camino de vagabundo esperanzado. Los autos, mirá como parecen detenerse improvisadamente por un momento, miralos bien y dejame que te abrace por la espalda… sólo escuchame. Es imposible no sentirse poeta mientras te aprieto el abdomen y acaricio tu pelo que conduce a tus deseadas caderas… mis manos no necesitan más para soñar y para darle rienda suelta a mi más humilde e improvisada poesía que se siente infante y plenamente pura al sentir como te vas dejando llevar y empezás a acariciar suavemente mis manos apenas rozándome con la yema de tus dedos. La lluvia… mirá como se ve en los faroles, parece tan tormentosa y sin embargo se detiene un instante antes tuyo para simplemente acariciar tu cabello y deslizarse por tu piel liberándote de todos los prejuicios, de todos los cálculos matemáticos, de los problemas a los que nos enfrentamos sólo por estar en este mundo tan corrompido por los números y por gente que prefiere mirar el reloj antes que el cielo y que si mira las estrellas no es más que para contarlas. Mirate como estás dibujada tan a tono con el paisaje; con las hojas de los árboles recién regadas, con esas notas musicales que crean las melodías que nunca me salieron en la guitarra al suicidarse contra los techos. No sé si sos vos o es la lluvia la que te dibuja entre mis brazos pero yo te siento. Siento tu espalda contra mi pecho, tus manos sobre las mías suplicándome que no te suelte, tus cachetes que rozan mi siempre desprolija barba, tu respiración que agitándose le ruega a mi boca que no se calle. Tus ojos se cierran y solamente sentís la lluvia que cae sobre tu rostro deslizándote el poco maquillaje que llevabas puesto y mis palabras que te convencen que la lluvia, que siempre conocimos separados, por primera vez nos está mojando a los dos y la gota que cae magistralmente y nos toca a ambos para después perderse en su interminable recorrida de alcantarilla y mares nos va a llevar por siempre en su infinita pequeñez juntos.
miércoles, 8 de febrero de 2012
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