Que cruel es la vida que nos hace envejecer. Esa si que es una verdadera tragedia, y no la muerte en si. Es cruel la forma en que nos mata. La vida del hombre es similar a una piedra lanzada. Se elevará al principio, se mantendrá un tiempo en una altura elevada, pero después le espera un largo camino de descenso. Lo que voy a mostrarles aquí son algunos contrastes entre las etapas del hombre, a veces parece que es imposible que algo se modifique tanto, pero lamentablemente es así, y todos pasamos por esas etapas.
Se pusieron a pensar alguna vez si una persona adulta que no sabe caminar tuviera que aprender como todos nosotros hicimos en nuestra niñez. Intentaría una vez, dos veces, pero viendo que en los dos primeros intentos se cayó, dejaría de intentar y se conformaría con gatear. Mientras que los chicos intentan una, diez, cien, mil veces y siguen intentando hasta que logran caminar.
Se pusieron a pensar alguna vez si una persona adulta que no sabe caminar tuviera que aprender como todos nosotros hicimos en nuestra niñez. Intentaría una vez, dos veces, pero viendo que en los dos primeros intentos se cayó, dejaría de intentar y se conformaría con gatear. Mientras que los chicos intentan una, diez, cien, mil veces y siguen intentando hasta que logran caminar.
Otros que no se resignan son los jóvenes, son embajadores de las utopías, es una noble virtud de ellos tener aspiraciones de cambiar el mundo. Saben que miles de personas lo han intentado ya y todas fracasaron. Saben que es casi imposible. Pero nada les impedirá intentarlo. Algo que motiva a la juventud es la imposibilidad de hacer algo. Cuando un joven esta haciendo algo, supongamos que quiere hacer un castillo con naipes de un metro de altura y se acerca un adulto y le dice: “no te esfuerces pibe, miles de personas lo han intentado y nadie ha podido” el joven ignorará los consejos del adulto, seguirá en su lucha, podrá el doble de esfuerzo en su tarea. Esa sed de victoria es propiedad exclusiva de ellos. Quizás sea inmadurez, o falta de experiencia, pero a veces es mejor no tenerla. En la misma situación una persona ya madura hubiera dicho: “es verdad, quien me creo que soy yo para poder hacer algo que nadie pudo hacer hasta ahora, es inútil que siga intentando” y abandonaría el castillo de naipes. Esa resignación, es propia de una persona ya enmohecida.
Lo que se pierde con los años es, esas ganas bestiales de vivir, esa sensación de querer hacer todo, de creer que se puede hacer todo. Serrat cantó alguna vez:
“Ahora que tengo veinte años,
ahora que aún tengo fuerzas,
que no tengo el alma muerta,
y me siento hervir la sangre.”
Basta con ver los dos extremos, el niño, cuando apenas aprende a caminar, quiere correr, si tiene que ir de una punta a la otra de la cocina lo hará corriendo, si tiene que ir a ver quien toca el timbre lo hará corriendo. Una persona mayor, no digo un anciano que tiene movilidad reducida, una persona integra, pero ya en una edad avanzada, supongamos que esta sentado en el sofá mirando televisión, y tocan el timbre, primero se lamentará ¿Justo ahora? ¿Quién será? Se tomará su tiempo en levantarse, y entre queja y queja se acercará a la puerta. En ese tiempo un nene ya fue y volvió cuatro veces. Obviamente esto es gradual, y uno apenas si se da cuenta de eso, pero le afecta a todas las personas. Más tarde o más temprano, ese desgano se apodera de todos nosotros.
Quisiera citar un ejemplo, supongamos un chico esta en su casa de veraneo, se fue con su familia a pasar un fin de semana largo. Una tarde se quedan solos, el nene más chico y el padre, el resto de la familia salio de compras. Era una tarde fresca, y sin embargo, el chico cuando termino de comer se puso la maya, y se fue corriendo a tirarse en la pileta, hacia frío, pero no le importaba, el solo quería jugar y divertirse, si le daba frío, jugaba más y rápidamente volvía a entrar en calor. El padre, mirándolo desde la ventana, pensaba para sus adentros, ¡Que locura! ¿No piensa el frío que va a tener cuando salga? ¡No se puede quedar quieto que se congela pobre criatura! El padre hubiera sido incapaz de meterse en la pileta, no habría dejado de pensar en que cuando salga le iba a dar frío, y eso le impedía meterse. El chico seguramente sabía que cuando salga iba a tener frío, pero no le importaba, ¿iba a dejar de pasar un buen momento para evitar pasar un momento malo después? No le entraba en la cabeza eso. A veces la vida es como un juego de ajedrez, conviene hacer un “pieza por pieza” comer un peón con un peón, sabiendo que este en la próxima jugada va a ser comido.
Supongamos que el primer síntoma de la vejez sea el no meterse a la pileta porque cuando salga va a tener frío. El segundo síntoma, es dejar de hacer cosas en vida, porque lo que se avecina es la muerte.
Más de una vez escuche la frase “ya estoy grande para cambiar”. De una persona que dice eso ya nada se puede esperar. Es una persona que ya esta muerta. No le corre sangre por sus venas, no es capaz de alegrarse, ni de amargarse. No se conmueve con nada. Es una persona que dejó de caminar, y solo se va tropezando hasta que cae completamente. Quien camina ve el horizonte en busca del mejor camino, mientras que quien esta tropezando solo mira para abajo, en busca de un suelo sin espinas donde caer.
Alejandro Dolina concluyo su cuento “Instrucciones para buscar aventuras” de esta forma:
“Salgamos de una vez. Salgamos a buscar camorra, a defender causas nobles, a recobrar tiempos olvidados, a despilfarrar lo que hemos ahorrado, a luchar por amores imposibles. A que nos peguen a que nos derroten, a que nos traicionen.
Cualquier cosa es preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos llaman madurez.”