sábado, 6 de febrero de 2010

Algo sabía quién inventó el ajedrez.


El ajedrez es sin duda uno de los mejores juegos que jugué en mi vida. La mezcla perfecta entre estrategia e intuición lo hicieron mi juego favorito.

Sin embargo, había en ese juego que tanto me gustaba algo que no terminaba de entender. ¿Cómo podía ser que el Rey, que es la pieza clave del juego, sólo se pueda mover de a un casillero, y la dama pueda moverse desde su posición tanto vertical, horizontal y diagonalmente todos las casilleros que desee?

Entre alfiles y caballos pasó mi niñez y entre esos mismos compañeros transito mi adolescencia. No obstante, esa duda seguí en mí, y a medida que se acrecentaba mi número de partidas le encontraba menos explicaciones. Fue la vida quién se ocupo de que yo le encontrara una explicación, y lo hizo ni más ni menos que haciendo entrar a mi vida a una dama, a una verdadera dama.

Ahora cuando la vida me pone en jaque, y mis limitados movimientos no me permiten escaparme de semejante situación, es ella quién demuestra todo su poderío, y se desliza por los senderos de la vida con la misma facilidad que por un tablero de ajedrez, y me protege del tan temido jaque mate.