martes, 24 de marzo de 2009

Renunciar a un impulso

"[...] Estuve a punto de hacerlo, y ahora no soy más que uno de los muchos que se preguntan por qué en algún momento no hicieron lo que habían pensado hacer. [...] no me acuerdo bien de lo que sentí al renunciar a mi impulso, pero era algo como una veda, el sentimiento de que si la trasgredía iba a entrar en un territorio inseguro. Y sin embargo creo que hice mal, que estuve al borde de un acto que hubiera podido salvarme. Salvarme de qué, me pregunto. Pero precisamente de eso: salvarme de que hoy no pueda hacer otra cosa que preguntármelo, y que no haya otra respuesta que el humo del tabaco y esa vaga esperanza inútil que me sigue por las calles como un perro sarnoso."


Fragmento del cuento "El otro cielo" de Julio Cortázar.

sábado, 21 de marzo de 2009

Un día despeinado

Teniendo ya mis tareas programadas para el día, las dejé de lado y salí a caminar. Sin un rumbo fijo que seguir. Pero es que esa es la forma de caminar que más disfruto, agarro una calle y la sigo, sin saber dónde voy a llegar, el único fin es el de disfrutar el camino. Y así fue, salí del trabajo, agobiado, el día me cansó más de la cuenta, no por el trabajo. El trabajo es siempre el mismo, nada fuera de lo común pasó hoy para hacerme pasar tan mal día. Uno de esos días que no importa cuantas cosas buenas puedan pasarte, el día seguirá siendo malo. Por eso decidí hacer un quiebre en mi rutina y salir a caminar. La noche ayudó mucho también, una hermosa temperatura, lo único que cambiaría es el cielo, siempre veo vacío de estrellas el cielo de Buenos Aires. Pero es aquí donde estoy, y es el único cielo que puedo ver, buscando alguna estrella en algún rincón, y recordando los cielos estrellados que mis ojos alguna vez tuvieron el gusto de ver.
Mientras caminaba en el particular ambiente de la Av. San Martín a las nueve de la noche, entré a un bar, casi sin querer me atrevería a decir. Ninguna parte de mi ser pensó tomar esa decisión. Pero entré y aquí estoy. Sentado solo en una mesa para dos, comiendo unas papas fritas que no pedí y tomando una cerveza que está lejos de tener la temperatura que a mí me gustaría. Me siento aturdido por el ruido del bar. El sonar incesante de los teléfonos, el hablar interminable de los parroquianos, los ruidos de la cocina, alguna carcajada que rompe la monotonía del murmullo. Pienso que quizás sería mejor que me vaya y que deje la cerveza a medio tomar. ¿Pero a dónde podría irme? No conozco en esta enorme ciudad un lugar donde lo único que me aturda sea el silencio. De a momentos me tienta la idea de sentarme en una plaza, pero sé que el ruido de los autos y de los colectivos será tan aturdidor como este. Pero me quedo acá y así me encuentro, pensativo alrededor de un montón de hojas, que en principio eran un cuento que quería leer. Intenté leerlo ni bien me senté en la silla donde ahora me encuentro, pero la volatilidad de mis pensamientos no me dejó concentrarme en la lectura. Me vi obligado a dar vuelta las hojas y escribir lo que siento en este momento, con una birome prestada, ya que a pesar de trabajar en una librería, y pasar seis horas diarias en pleno contacto con ellas, jamás pude adquirir el hábito de dejar algunas en mi mochila. Pero debo confesar que el origen de mi birome es lo que menos me importa, ni siquiera su trazo irregular que me obliga cada tanto a hacer círculos irregulares en una hoja designada para tal fin. Tampoco la elevada temperatura de mi cerveza me preocupa en este momento. En principio pensaba que fue ella quien me arrastró hasta este bar, pero cuanto más lo pienso, más me lo niego. Sospecho que lo único que me mantiene aquí sentado es la vaga esperanza de que entres por la puerta que está a mi izquierda, silenciando por un momento todos los ruidos, cambiando la monotonía del lugar, y te abras paso entre las cabelleras blancas que pueblan las mesas. Y que te acerques a la mía, des media vuelta sobre ella, acariciándome tibiamente con tu mano izquierda mis hombros. Mis ojos te miran sorprendidos, y mi sonrisa se apodera de mi rostro. Te sientas en la silla que tengo enfrente y con una pequeña sonrisa encandilas a las luces frías y amarillentas del bar. De repente todos los ruidos se han callado, y mis oídos sólo escuchan las dulces melodías que salen de tu boca. Pienso que quizás mis ganas de salir con vos eran tan grandes que terminé saliendo solo y compartiendo mesa solo con mi imaginación. Es que tanto lo pienso que a veces sospecho que es realidad, y que estás enfrente mío, que estamos charlando, y divirtiéndonos cual chicos de la primaria en el recreo. Soñamos y volamos juntos, recorriendo el país con nuestros pensamientos, que se entremezclan con la realidad y ni vos ni yo sabemos si realmente estamos tomando una cerveza sobre la Av. San Martín, o si estamos en el segundo piso de la torre Eiffel. Me dejás darme el gusto de acariciar tu mano con la mía, y experimentar una sensación única. La suavidad de tu mano es lo único que ocupa mi atención en este momento.
Pero después, luego de un parpadeo, veo tu silla vacía y me doy cuenta de lo equivocado que estuve, de que jamás salí de este bar, y lo que es aún peor, que vos nunca entraste. Que estás lejos de aquí, ocupada en otras cosas. Pero es que mantengo la ilusión, de que entre tus actividades diarias, te detengas un instante y que te imagines el momento en que tus ojos y los míos se enfrenten, que sean capaz de ver los tuyos en los míos, y los míos en los tuyos, la inmensidad del universo, la belleza de una rosa, y la armonía del silencio.

lunes, 16 de marzo de 2009

Emociones del fútbol

La relación entre el fútbol y la vida es inevitable. Uno juega al fútbol como vive. Esto se debe a la cantidad de pensamientos que se generan en el cerebro durante un partido de fútbol. Es la cancha el mejor lugar para pensar. Estando uno jugando, como espectador es el lugar para saltar y quedar afónico. La vida es pensada dentro de un partido de fútbol. Seguro estoy que Descartes pensó “El discurso del método” jugando a la pelota. De hecho, cuentan que Newton descubrió la relación entre fuerza, masa y aceleración después de tirarle un caño al defensor rival. No se sabe como terminó la jugada, pero cuentan que inmediatamente Newton se arrodilló y escribió en un pedazo sin césped al borde de la cancha: “f = m.a” para no olvidarse esa fórmula.
Lo que voy a hacer aquí es contarle los pensamientos que tiene un jugador de fútbol cualquiera, en una jugada cualquiera, en un partido cualquiera.

Me cayó del cielo, un despeje del defensor puso la pelota en mi botín izquierdo, estaba solo, así que preferí entretenerla un rato con el derecho hasta que mis compañeros se ubiquen en sus posiciones. Siempre es mejor, hacer las cosas acompañado, si me sale bien, ellos van a ser testigos, y si me sale mal, ellos me harán ver mi error. Con el derecho es mas fácil que con el izquierdo. Mi pie izquierdo responde erróneamente a las órdenes de mi cerebro. Mi pie zurdo y mi corazón tienen mucho en común, si le digo que la claven al ángulo la tiran a la tribuna. Le dije al cuore que no se enamore de aquella mujer pechugona, y no me hizo caso, tiró la pelota bien lejos, y de yapa, la colgó en la copa de un árbol. Pero ahora la tengo en la derecha. Miralo a Juan solo a la derecha, pero si le tiro la pelota lo va a anticipar el defensor, ese Pedro es siempre igual, parece que te deja solo pero te controla a 2 metros. En todo es así, puede pasar meses sin mandarte un mensaje o sin tener noticias tuyas, pero apenas sabe que vos estas deprimido, con problemas o algo, es el primero que está con vos. Es un tipazo la verdad, lo tendría que tener en mi equipo. Uh, Marcelo me viene a querer sacar la pelota, este se come todos los amagues. ¿Izquierda? ¿Derecha? ¿Izquierda? ¿Derecha? ¡Derecha!. Uh, casi me saca la pierna con esa patada, me corrí con lo justo. Voy a correr porque a veces hay que dejar de pensar y hacer lo primero que venga, si uno piensa demasiado todo se olvida de hacer las cosas que pensó porque perdió todo el tiempo pensando. Pedro viene decidido a sacarme la pelota, pero viene tan rápido que se olvido de cerrar las piernas, ¡que caño que se comió!. No fue de forro, andaba medio deprimido y necesitaba levantarme el ánimo con algo. A los amigos se le puede hacer ese tipo de jodas, al fin y al cabo, es sólo un partido de fútbol. Pero me siento como cuando me recibí del colegio, una felicidad, ojo, no por maldad hacia Pedro, pero el caño estuvo bueno. Hacer un caño como este es lo más parecido al amor que conozco. Te sentís en las nubes, nada puede empeorar ese momento, dura un segundo, bueno, pero dura, y por eso vale. Ver como la pelota pasa por entre las piernas del rival, es como cuando ves a la persona que amas por primera vez en el día. Como se desplaza, perfecta al andar entre el pequeño abismo que separan las piernas del defensor, donde parece que no entra un alfiler, pero a veces pasa la pelota entera. A José lo paso sin problemas. Tiro la pelota para delante que no me va a alcanzar nunca. Ahora me encuentro a 7 metros del área, solo con el arquero. Esto es un momento de vida o muerte, ya mis amigos quedaron atrás, no pudieron seguirme en la corrida, y sólo se limitan a mirarme desde sus posiciones, la ansiedad no les permite correr en mi auxilio. Esto deja de ser un partido entre dos equipos. Ahora es un duelo entre el arquero y yo. Esto se parece al amor también. Jamás pensé que se amaba tanto en un partido de fútbol. Tengo el futuro en mi pie, manejo el balón. Esto puede ser muy bueno o muy malo. Los términos medios no existen. Por un momento quisiera no haber tenido que llegar a esto, haber dado un pase antes para no enfrentarme con la realidad de esta forma. Sólo y con tantas cosas en juego. Los nervios se apoderan de mí. Me adelanto casi por inercia. Tiendo a irme hacia el medio de la cancha, se supone que de ahí tengo menos posibilidades de tirarla afuera. Pero las seguridades son nulas. Todo depende de mí, y del arquero. Es así, cuando uno se enamora, todo lo demás queda de lado, si el arco es grande o chico, da lo mismo. Las posibilidades de acertar son tan inciertas que ni siquiera vale la pena intentar calcularlas. Uno trata de perfilarse bien, pero una vez que se impacta la pelota nada puede uno hacer. Y ahí me encontraba yo, con el arquero saliendo desesperado a mi encuentro, con las manos abiertas, tapándome casi todo el arco. Trate de mantenerme sereno, me abrí bruscamente hacia la derecha, y vi un hueco sobre el lado izquierdo del arco, apunté y pateé. Sentí alivio al principio porque ya había hecho todo lo que podía hacer. Pero los nervios se apoderaron de mí. Quería saber que tan acertado o equivocado había estado. Y así la vi desprenderse de mi pie, más hermosa que nunca, girando sobre si misma, picando cada tanto en el césped. El arquero se tiro y apenas rozó la pelota, si bien le cambió un poco la dirección, la pelota tiene destino de red. El arco ya no estaba tan lejos, se acercaba constantemente. Y yo me veía, disfrutando de ella, de la persona que tanto amaba, caminando con ella por la calle, sentados frente al mar, charlando por horas. Cada vez que picaba la pelota, era un latido de mi corazón. Pero pegó en el palo y la perdí para siempre. La vi alejarse irremediablemente por la línea de fondo. Me dijeron que fue corner, que no todo estaba perdido. Pero ya no me importaba. O al menos, hasta no volver a tener contacto con ella, y sentirme invadido de nuevo por las mismas emociones.

domingo, 8 de marzo de 2009

El Analfabeto Político

El peor analfabeto es el analfabeto político
No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.
Bertolt Brecht (1898 - 1956)

sábado, 7 de marzo de 2009

"Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros."

Es difícil la tarea de mantener un blog actualizado periódicamente. Se debe, al menos en mi caso que hay momentos en los cuales tengo tantas cosas para escribir que no me alcanzan los dedos ni las hojas de mi cuaderno, y otros en los cuales no puedo generar una oración coherente que contenga las palabras: liebre, cazador, campo. Así que he decidido, antes que poner cosas que ni siquiera me satisfacen a mí, dejar el blog en espera, y cuando se me cruza algo por la cabeza sobre lo que escribir, recién ahí actualizar. Así que ahora me veo, después de un largo tiempo, escribiendo algo. Espero les interese.

Estereotipos de personas hay muchos, pero hay uno que tiene especial aceptación y aún admiración en la sociedad actual. Es el tan conocido “vivo”. El que siempre cae parado, que todo lo sabe, y si no lo sabe lo inventa. Es imposible ir por la vida sin conocer muchas personas así. Es la clase de personas que siempre tratan de aprovecharse de una vil ventaja. Lo peor, y sobre lo que me quiero detener en este momento, es la falta de principios de estas personas. De una persona sin principios nada se puede esperar. Van por la vida buscando de donde sacar provecho. Se hacen amigo de un tipo solo para tomarse un café de arriba. Si a usted caminando se le cae la billetera y no se da cuenta, si por una de esas casualidades viene una de esas personas atrás suyo, olvídese de recuperarla. Ni siquiera piense que va a tener la amabilidad de devolverle los documentos. Él sacará la plata, y tirará el resto. Sin el más mínimo cargo de conciencia, por supuesto. Van desvergonzados por la vida. No les afecta en nada que alguien descubra sus artimañas. Pareciera que estoy hablando de un grupo reducido de personas, ojala fuera así, pero no.

Cualquiera que haya visto un partido de fútbol se dará cuenta como se tiran al piso los jugadores ante el más mínimo contacto con el rival. A veces ni siquiera lo tocan y ya se están revolcando, esperando que el árbitro cobre una falta a favor de su equipo. Incluso, si éste no la cobra inmediatamente el jugador en un acto de humillación terrible protesta. Ni siquiera tienen la más mínima consideración por sus colegas, son capaces de pedir una tarjeta al jugador rival por una falta que nunca existió. Una persona que hace eso es un alcahuete, no tiene un poquito de orgullo. Añoranza tengo de los jugadores de antes, que al recibir una feroz patada, se levantaban inmediatamente, sacando pecho, y evitando que el dolor de su pierna se traduzca en su cara.
Quisiera ser periodista deportivo y poder preguntarle a alguno de esos jugadores desvergonzados que fingen faltas porqué trataron de sacar ventajas de forma indigna. Quisiera escuchar su respuesta.
Por otra parte, cuando aparece alguien que sí entiende el juego, que sí tiene códigos, y que sí tiene un poco de dignidad, como Nelson Ibáñez, arquero de Godoy Cruz, que en el partido contra Banfield, le atajó un penal a Cristian Lucchetti, arquero de éste último equipo, retuvo en sus manos la pelota hasta que Lucchetti volvió a su arco. El partido terminó empatado, otra razón más por la cual es destacable el hecho. Esa actitud, que debería haber sido recalcada como un acto de dignidad excepcional fue criticada por algunos. Estamos tan desacostumbrados a estos actos que ni siquiera sabemos valorarlos de vez en cuando.

Pero entre toda esa gente, aún quedamos algunos, que preferimos perder un partido de fútbol y no nuestra dignidad, que preferimos pasar hambre antes que vivir de la costilla de otro. No sé como hay gente que tiene esa necesidad de ser “vivo”, uno esta tan bien de gil que no entiende...