
Entre los ancianos y los trabajadores nos encontramos con todo tipo de personas en diferentes situaciones. Las parejas, siempre presentes en esos lados que desabrigados combaten la brisa entre besos y abrazos, los amigos que entre risas y cargadas hacen girar un mate.
Pero ninguna imagen me quedó tan grabada como aquellas de los cientos de chicos que había peloteando, de a dos, de a tres, haciéndose pases y corriendo el fútbol por el parque. No pude contener el escalofrío que recorrió mi cuerpo cuando los ví. Yo que desde que llegué a la gran ciudad fui un abonado a ese tipo de prácticas. Días enteros jugando y peloteando, con mi padre primero y con mis amigos después, y hoy paso entre ellos ignorado. Ya no me sentí uno de ellos, me sentí extraño, ajeno. Fue mientras atravesaba el parque que escuché a una madre gritar: “Vení Gonza, acá hay dos chicos para jugar”, no pude más que responder con voz nostálgica y a propósito inoible: “acá hay otro”.
P.D.: Quedo a la espera de una invitación para ir a la plaza a jugar a la pelota.